Durante los últimos años se han estado realizando unos procesos de disrupción digital que están redibujando el mundo empresarial con nuevos modelos de negocio, nuevas formas de realizar los planes de marketing, nuevos clientes, nuevas oportunidades, etc.
Según el “Digital Transformation Index (a)” elaborado por Dell Technologies, el 49% de las empresas consideran que su compañía se puede quedar obsoleta dentro de 5 años. Qué duda cabe que la introducción de la automatización de las máquinas ha despertado incertidumbres sobre el futuro, donde podemos encontrar dos visiones extremas:
• Una de ansiedad causada por el posible desempleo tecnológico, debido a la automatización,
• Una visión hiperoptimista de que la tecnología solucionará todos nuestros males sociales y medioambientales.
Lo cierto es que el éxito dependerá de cómo funcionen o se integre el tándem humano-máquina; no debemos olvidar que la presencia de máquinas y robots en nuestras vidas es algo inevitable.
“Las empresas triunfarán y fracasarán según su capacidad para convertir los datos en información valiosa lo más rápidamente posible. El trabajo, la innovación y la inversión para apoyar eso están sucediendo ahora” (Michael Dell, CEO Dell Technologies).
Invertir en tecnología no significa realizar transformación digital; la tecnología es un medio, pero no un fin, el proceso de transformación digital, es una evolución continua, en el que se debe creer desde los distintos estamentos y funciones de la empresa, no está acotado, pues cada vez son más frecuentes las disrupciones y los cambios, a los que hay que ir adaptándose constantemente.
Últimamente en diversos medios se han publicado titulares que indican que muchas de las profesiones del futuro todavía no existen. De vital importancia será el desarrollo de las capacidades para poder adaptarse a los continuos cambios. Este desarrollo de capacidades será más importante que el propio conocimiento, que pasará a ser algo efímero. Las empresas, los trabajadores, los estudiantes y los modelos de negocio van a tener que readaptarse, y para ello la única solución pasa por una formación continua.
Cuando hablamos de transformación digital, encontramos en muchas ocasiones relaciones a los siguientes conceptos: IoT (Internet of Things), AI (Artificial Intelligence), Cloud Computing o Big Data. Sin duda el Big Data y los sistemas de Cloud Computing para el análisis de datos masivos son cada vez más utilizados por las empresas en los procesos de toma de decisiones, en ámbitos muy dispares como son la banca, transporte, alimentación, salud, etc., y también en el sector educativo.
Es necesario subrayar que han llegado para quedarse. En breve tendremos en las aulas robots, bots, hologramas, aplicaciones de inteligencia artificial… todo ello va a llevar a los profesores y personal docente a innovar y cambiar las metodologías de aprendizaje Como prueba de ello, durante el periodo de confinamiento debido al Covid-19, estamos viendo cómo profesores y alumnos de diferentes niveles de enseñanza se están adaptando a nuevas modalidades de formación, por ejemplo, con nuevas herramientas de docencia, nuevas formas de evaluación.
“Only the paranoid survives”. (Andy Grove, antiguo CEO Intel Corporation), aquellos que no se acomoden y que siempre estén buscando mejorar, abiertos al cambio, serán los que sobrevivirán.
La formación y la educación son un eje principal de toda sociedad, donde el alumno y sus necesidades deben ser el centro de las estrategias educativas. La disrupción tecnológica hace que la evolución continua sea clave para el éxito empresarial. Necesitamos saber más, necesitamos aprender de nuestros clientes, de nuestros competidores, de nuestros empleados. Saber cuánto y cómo se está aprendiendo, conocer si hay algún concepto clave que no se está aprendiendo como debiera. Actualmente conviven seis generaciones (Generación silenciosa, Baby Boomers, Generación X, Generación Y (Millennials), Generación Z y Generación Alpha) muy distintas entre sí, a las cuales se les debe ofrecer soluciones ad-hoc.
En el mundo académico ya se lleva tiempo trabajando con el análisis de datos, realizando modelos, planteando hipótesis, generando y difundiendo conocimiento para la sociedad y las empresas.
Hoy en día los alumnos van dejando su huella digital en las diferentes actividades que realizan, cuando se conectan a las plataformas y aplicaciones, tanto en frecuencia como en tiempo (timestamp), se puede seguir su evolución (determinar si un alumno tiene mayor dificultad con asignaturas con base matemática), analizar la idoneidad de los distintos itinerarios formativos (por ejemplo, en función de los resultados académicos, determinar la conveniencia de impartir una materia antes que otra), analizar claridad de conceptos impartidos (si gran mayoría de estudiantes fallan en la respuesta de un tema concreto, probablemente el profesor no ha transmitido correctamente el concepto, o bien la formulación de las preguntas no es la adecuada), conocidas herramientas de anti-plagio (para asegurar la originalidad de los trabajos), son sólo algunos de los ejemplos de la utilidad de datos masivos en sector educativo, que permiten conocer a los alumnos y adaptar así la formación.
También existen ciertos temores y prejuicios respecto al Big Data. El primero, el conflicto legal en cuanto al almacenamiento de datos de usuarios y la intromisión a la intimidad o invasión de privacidad. Legalmente es necesario un consentimiento incluso para el fin exclusivamente académico; pero hay un segundo miedo, derivado de las predicciones que nos dan los análisis, pues pueden considerarse como herramientas de discriminación al filtrar lo que podría pasar, sin haber pasado, o ser valorado por nuestro historial pasado, o nuestra localización, y no por lo que podemos llegar a ser. En definitiva, estos aspectos deben ser tratados con delicadeza.
La empleabilidad es uno de los objetivos de la formación. Aprender no es un objetivo final, es una habilidad, y es clave en la digitalización de las empresas. La recopilación de información, de datos, y su análisis, nos ayuda a entender y mejorar qué sucede, cómo sucede, así como las medidas a adoptar para afrontar los cambios.
Como he mencionado previamente, la educación tiene como centro al estudiante y sus necesidades. En una educación ad-hoc, el estudiante digital busca un aprendizaje activo y bajo demanda, el profesor adquiere un rol de acompañamiento, con un ritmo de aprendizaje adaptativo, más enfocado a conceptos y habilidades que sean requeridos en cada momento, que a un material cerrado. El proceso de evaluación se enfoca a aplicación práctica y a coevaluación de compañeros más que al clásico examen. Se puede aprender en cualquier entorno, y no sólo en un aula; se puede co-crear el propio contenido de las clases con un entorno de aprendizaje participativo, donde la tecnología tiene un papel cada vez más importante. Buena prueba de ello es la rápida adaptación que están teniendo tanto estudiantes como alumnos durante el estado de confinamiento por el Covid-19.
Dentro de esa mejora de la empleabilidad, el sector educativo, tiene que formar individuos para vivir desde ya con el concepto Industria 4.0 (Robots, automatización, Big Data, Realidad Aumentada, Ciberseguridad, IoT, Cloud Computing, etc.), y debe ofrecer para ello un carácter diferencial enfocado al desarrollo de las capacidades blandas (soft skills) -liderazgo, resiliencia, flexibilidad, creatividad, proactividad, toma de decisiones, trabajo en equipo, entre otras- que persiguen la búsqueda de capacidades transversales subrayando la importancia de los valores y de la capacidad de transformación y renovación en un panorama en constante cambio. Los conocimientos específicos se aprenderán en la propia empresa. Podemos decir que las capacidades duras (hard-skills) -conocimientos matemáticos, técnicos, datos, etc.- nos permitirán acceder a entrevistas de trabajo, pero en la gran mayoría, serán las capacidades blandas, como elemento diferenciador, las que nos hagan conseguir el puesto de trabajo.